6 de junio de 2023
El sistema internacional experimenta actualmente diversos procesos de transformación, siendo uno de ellos el de transición hegemónica, signado por un cambio notable en la distribución del poder entre los grandes actores estratégicos. Se produce el declive relativo de una gran potencia, los EEUU, y el auge de otra, China (no hay que dejar a un lado a india, Rusia, Arabia Saudita, y otros), que ejerce una mayor influencia en los asuntos globales y es la que más desafía -en términos realistas- el predominio norteamericano. Este fenómeno transicional no es nuevo, ocurrió a lo largo de los últimos siglos, siendo el anterior el que ocurrió con el Reino Unido y los EEUU como protagonistas. Pero hay una novedad, por primera vez en 5 siglos, Occidente dejará de ser el principal centro global al que la gran mayoría de los actores del sistema inevitablemente deben mirar y cortejar, y a veces bajo presión, obedecer o sucumbir.
Debemos resaltar el concepto el concepto de declive relativo, ya que no quiere decir que Occidente y en particular EEUU vaya a ocupar un rol menor, sino que no es ni será el único centro de poder, de modo que se da por finalizado es el Unipolarismo y el siglo Norteamericano.
De esta manera, se está conformando un nuevo equilibrio de poder, como anticipa hace décadas la corriente neorrealista de las Relaciones Internacionales, y en esta etapa en particular nos encaminamos hacia un Sistema Internacional multipolar. Son dos fenómenos clave del siglo XXI, que no deben considerarse contradictorios: transición hegemónica (de EEUU hacia China) y Multipolarismo. Estos procesos, por supuesto, generan tensiones y conflictos de diversa índole, e incluso guerras. Y al mismo tiempo brinda oportunidades a actores de menor peso y envergadura para optar por caminos diversos en vías de obtener cierta relevancia e independencia, así como vías alternativas de desarrollo e incremento del intercambio comercial, para atraer inversiones, avanzar en cierta industrialización, etc.
En este marco, fuimos y somos testigos de cómo la guerra en Ucrania no sólo aceleró la consolidación de un bloque euroasiático con cabeza en China y Rusia como socios estratégicos –lo que no habían logrado en la primera guerra fría-, sino que también afectó seriamente a las economías de Europa occidental, generando que varios líderes del viejo continente emprendieran viajes a China en búsqueda de acuerdos e inversiones. Y un dato interesante: hace pocas semanas, una empresa francesa de gas realizó una primera transacción en yuanes.
Varios países europeos, que han recibido además cuantiosas inversiones en la última década por parte de la potencia asiática, ven en Beijing una oportunidad para superar la difícil situación económica y social imperante. Ello se produce en forma simultánea con el fortalecimiento de la OTAN en el viejo continente y la concepción de China como “desafío estratégico”, entre otras posiciones expresadas por la UE. Esta aparente contradicción se explica precisamente por este “proceso de transición”, por el equilibrio de poder en ciernes, y por una interdependencia notable entre las principales economías occidentales y asiáticas.
Kenneth Waltz, el ya fallecido referente teórico neorrealista de las Relaciones Internacionales, afirmaba ya hace unas décadas que el nuevo de equilibrio de poder se estaba gestando, luego de un breve período de Unipolarismo, y señalaba a China, Rusia y a otros actores realizando esfuerzos para equilibrar el poder con los norteamericanos.
¿Qué es el equilibrio de poder? En palabras sencillas: a ningún actor le gusta que uno del grupo domine el escenario, y cuando alguno de ellos se acerca o logra tal cometido, los demás tratan de equilibrar actuando en forma individual, o en grupos, para que no hay un solo dueño de la pelota. Y la verdad es que todos, los que tienen posibilidad de hacerlo, van a intentar equilibrar para que ninguno predomine.
John Mearsheimer, continuador de Waltz y exponente del neorrealismo denominado ofensivo, afirmó en una de sus publicaciones que -al mismo tiempo que se configura ese equilibrio- EEUU intenta evitar que surjan en Eurasia poderes regionales de envergadura que amenacen su liderazgo y predominio, o que logren ejercer una influencia significativa, y a eso apunta con las políticas de contención ejercida hacia Rusia y China.
Esa estrategia de contención se produce de manera simultánea al declive hegemónico norteamericano, y como ha sucedido en los últimos 500 años, los procesos hegemónicos y de transición se pueden observar (además de explicarse por un declive en los ámbitos interno y externo) en términos económicos, militares, en la participación en el comercio global, en la cultura, etc. La participación de EEUU en el PIB global (en términos de paridad de poder adquisitivo), pasó del 21,2% en 2000 al 15.2% en 2017, mientras que el de China pasó del 7.6% al 18.3% en el mismo período. En cuanto a la producción manufacturera (global), EEUU pasó del 22% en 2005 al 17.6% en 2017; China del 9.6% al 26.2%. Y la participación en exportaciones (también a nivel global), EEUU del 11.6% en el 2000, al 8.6% en 2017, y China pasó de representar el 3.9% al 12.8%[1]. Otras tantas variables económicas, además de los serios problemas de endeudamiento, evidencian la tendencia a esa disminución en la participación en asuntos económicos por parte de EEUU.
Estos datos, al igual que tantos otros, evidencian los cambios en la distribución de capacidades entre estos dos actores y otros que conforman el sistema, siendo ello una guía para comprender el tránsito hacia el multipolarismo. Ya en los años ´80 Henry Kissinger afirmaba que uno de los grandes desafíos para los EEUU era de índole filosófico[2], y por ende también cultural. Puede observarse, sobran ejemplos (crisis de sobredosis, de adicciones, opioides, fentanilo, depresión, obesidad en casi la mitad de la población adulta, pérdida de poder adquisitivo de la clase media, epidemia de armas de fuego y violencia interna, crisis de salud mental, polarización social, falta de liderazgos constructivos en la clase política, etc.), todos indicios y muestras de que la decadencia relativa de occidente y de la primera potencia mundial en términos económicos y de poder, tiene su lógico y obvio correlato en el aspecto cultural, social y filosófico.
Otro aspecto de gran importancia, y que consiste en una de las grandes competencias del siglo, es el rol de las monedas de las grandes potencias. A mediados del siglo XX, luego del declive de la libra esterlina como moneda de reserva, los EEUU, como una clara política de poder, instalaron el dólar como referente para el mundo, sostenido por una participación mayoritaria en la producción mundial, por su poderío militar, y siendo en ese entonces el principal acreedor del mundo en reconstrucción de la pos segunda guerra mundial. Y si bien se produjeron a lo largo de la segunda mitad del siglo XX hechos monetarios relevantes (como el fin del patrón oro en 1971), la divisa norteamericana ha sido –aún en su modo fiat- la más deseada por la mayor parte del mundo. Pero eso está cambiando, en forma gradual y desigual según la región de la que se trate.
En el siglo XXI, que se presenta para muchos analistas como el siglo asiático, los 4 anteriores fueron siglos occidentales y el XX fue precisamente el Norteamericano, el proceso de declive relativo de EEUU incluye el del dólar, aunque en menor medida en comparación con otras variables económicas y productivas. Según datos del FMI, en los últimos 20 años, de representar el 80% de las reservas en manos de bancos centrales en el mundo, bajó actualmente al 59%. Y a partir de la guerra en Ucrania la tendencia se acentúa y acelera, con varios países dejando de lado el dólar para el comercio de ciertos productos, particularmente la energía. Rusia, India, China, Emiratos Árabes Unidos, Bangladesh, etc., además de países del continente africano avanzan -en forma desigual- a desdolarizar actividades comerciales. Según datos del mismo Swift (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication), en sólo un año el Yuan pasó a representar del 2% al 4.5% del comercio internacional.
El proceso de desdolarización avanza no sólo como resultado de las sanciones occidentales a Rusia, se trata de un proceso más complejo y estructural dentro del sistema internacional, que implica ese cambio en la distribución de las capacidades de hard y soft power (económicas, militares, diplomáticas, culturales, tecnológicas, etc.), en vías del nuevo equilibrio de poder que se está conformando. Es importante comprender que una moneda nacional internacionalizada y poderosa se transforma en un arma económica, un elemento de presión, y cuando el actor que la detenta lo considera, funciona como recurso para dominar, castigar y/o subyugar.
China en particular, en su comercio transfronterizo, utilizó en el último período más el Yuan (47% del total) que el dólar norteamericano (46%). En un análisis más amplio, no hay que dejar a un lado el rol del Euro, el Yen y las criptomonedas. El hoy ex presidente del banco central británico, Mark Carney, había señalado hace ya unos años que la hegemonía del dólar debía terminar, ya que no se correspondía con la realidad económica y de poder, proponiendo ideas para un régimen monetario multipolar. Otros expertos se han manifestado en términos similares. Con respecto a la Argentina, el hecho de proceder a pagar importaciones chinas utilizando los swaps negociados con China, es otro paso en ese sentido –empujado por la necesidad-, así como la búsqueda de una salida bilateral con Brasil en el mismo sentido, y el plan de ingresar al Banco de Desarrollo de los BRICS, entre otras políticas. Un dato no menor de nuestro país nos habla de ello: el 50% de las reservas brutas del Banco Central de la Argentina está conformado por la divisa china, aunque los papeles se lea en dólares.
China afianza su posición en el continente asiático, encabeza iniciativas en el marco de los BRICS (Nuevo Banco de Desarrollo y proyectos monetarios), avanza con la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda como proyecto de alcance global. La potencia asiática no sólo se ha convertido en el principal socio comercial de la mayoría de los países del mundo, ha logrado acercar posiciones entre arabia Saudita e Irán, con la posibilidad no sólo de estabilizar Medio Oriente sino que podría, si avanzan las negociaciones, finalizar la guerra en Yemen –se están tomando algunas decisiones en ese camino-, conflicto que tiene a esas dos potencias intermedias como protagonistas. Sería un hecho histórico, como tantos que venimos observando en las últimas dos décadas. También es destacado el rol de Beijing en África y en América Latina, donde ejerce un peso cada vez mayor. Y si bien la guerra en Ucrania reviste un asunto más complejo, su intento de mediación ha sido el más considerado por los actores en conflicto, salvo por los EEUU, claro.
Mapa de la Nueva Ruta de la Seda impulsada por China
Mientras tanto, y teniendo en cuenta ese revisionismo hegemónico que realizan las potencias en ascenso, EEUU busca consolidar su posición dominante en Europa Occidental (también en América Latina y otras partes del mundo), sobre todo en términos miliares. Busca apuntalar su poder en Europa del Este a través de la OTAN, e incorporó un nuevo actor estratégico como Finlandia, mientras que Suecia espera el visto bueno de Turquía. Al mismo tiempo, busca reforzar sus alianzas en el sur de Asia y en Oceanía para contener a China: refuerza sus lazos militares con Corea del Sur, Taiwán, Japón, Australia y otros. Desde la vereda de enfrente, Xi Jinping recibe a varios líderes europeos, y si bien la prensa occidental presenta esos encuentros como elemento de presión occidental para que Beijing quite apoyo a Rusia, en realidad van por mucho más que eso –razones diplomáticas, económicas, financieras, etc.
Por otro lado, Rusia presentó los nuevos lineamientos de la política exterior, donde se promueve la cooperación política, económica y militar en distintas partes del mundo, incluyendo África y América Latina, con la intención de consolidar el multipolarismo. La sociedad ruso-china resulta fundamental para comprender el nuevo equilibrio de poder en ciernes. Por ello tanto la situación en Ucrania como la cuestión Taiwán, y los mares Negro y Meridional de China se vuelven escenarios fundamentales de disputa, de contención, de expansión, y vitales para la seguridad nacional de los actores que pujan por un rol más destacado en la arena mundial. ¿Hay posibilidad de que la cuestión Taiwán se resuelva por la fuerza? Sí. ¿Es evitable? Por supuesto, y dependerá de las negociaciones que puedan entablar Washington y Bejing, las que no tuvieron un buen final -por ahora- entre el primero y Moscú, lo que desembocó en el conflicto que hoy observamos en Ucrania.
En el hemisferio occidental, EEUU busca retener su histórica influencia cuasi determinante en los asuntos americanos, sostenidos aún en la doctrina Monroe, buscando afianzar sus relaciones –con injerencia en asuntos internos en varias ocasiones- con los países de América Latina, aunque los avances, acuerdos, inversiones y relaciones de China en la región son más importantes de lo que muchos piensan, y de hecho la potencia asiática ya es el principal socio comercial de varios países de la región. Washington busca además recuperar sus posiciones en Medio Oriente, y está muy preocupado por los acercamientos entre países de la región impulsados por Beijing.
China concretó en 2020 el RCEP, el tratado de libre comercio más grande del mundo en términos de PBI, luego del fallido Tratado Transpacífico impulsado por EEUU y que Trump descartó en su presidencia. Debemos comprender que los cambios que se producen son estructurales e históricos, el mapa geopolítico se reacomoda en medio de grandes disputas (económicas, monetarias, por recursos naturales, tecnológica, armamentista, por el espacio exterior) y hay que tener los ojos bien abiertos para visualizarlos y comprenderlos. Actores en ascenso buscan equilibrar el poder con EEUU, mientras éste se resiste a ceder el liderazgo. Los líderes políticos, empresariales, y grandes movimientos sociales de diversas partes del mundo que sepan observar y anticiparse a los cambios podrán acomodarse en el nuevo mundo y obtener beneficios significativos, y quienes no lo hagan, sufrirán económica, social y políticamente por su falta de visión.
Notas al pie:
[1] Dabat, Alejandro; Leal, Pablo (2018). “Ascenso y declive de Estados Unidos en la hegemonía mundial”, Instituto de Investigaciones Económicas, UNAM (Universidad Autónoma de México)
[2] Kissinger, Henry (1981). “Afirmaciones Públicas” (EMECE). Traducción de Rolando Costa Picazo y Edith Zilli.