Columna de opinión publicada en diario La Prensa (Argentina, noviembre 2018)
Deshielo del Ártico: clave geopolítica del siglo XXI
El Cambio Climático representa una verdadera amenaza a la supervivencia humana y ya estamos viendo las graves consecuencias del calentamiento global en este inicio de siglo. Es una advertencia de la Naturaleza que como humanidad no estamos logrando interpretar ni reaccionar con la seriedad y responsabilidad necesarias. Advertido ello, se torna clave comprender también que el mismo fenómeno está produciendo un cambio geopolítico de trascendencia histórica que afecta cada vez más al Sistema Internacional, al comercio mundial, modifica además la capacidad estratégica de ciertos países y sin dudas alterará el equilibrio de poder global, ya hoy en pleno reacomodamiento.
Se prevé que para 2040 -o antes-, el Ártico estará prácticamente libre a la navegación y a la explotación de los recursos naturales. En los últimos 30 años la región ha perdido el 40% del hielo. Para empezar, permanecerán abiertas durante casi todo el año las rutas conocidas como “Pasaje del Noroeste” (vía archipiélagos de Canadá) y “Marítima del Norte” (que vincula el Pacífico con Europa vía Rusia). Esas vías navegables son unos 25% más cortas que la que atraviesa el canal de Suez, y algo menos también que la de Panamá. En el 2010, 4 barcos repletos de mercaderías cruzaron por el mar del norte, en 2013 ya fueron 71.
Asimismo, la región cuenta -según estimaciones del Servicio Geológico de EEUU- a nivel mundial con el 30% del gas natural y 13% del petróleo (sería uno de mayores reservorios del mundo). Y no sólo hay hidrocarburos, también oro, tungsteno, litio, cobalto, diamantes, paladio, platino, tierras raras, agua dulce, etc. De enorme importancia serán además la pesca y el Turismo. El potencial es enorme y estará todo a disposición en algunos años. Hablamos de una superficie de 16 millones de km2 (7 veces la Argentina), en su mayor parte oceánica, claro.
Es clave dimensionar esta otra faceta del Cambio Climático, que modificará la distribución de capacidades entre potencias, el comercio global, agranda otro foco de tensión entre la OTAN y Rusia, y suma otro matiz a la disputa entre EEUU y China.
Por supuesto que la carrera por el Ártico ya se viene llevando a cabo hace años. En la Primera Guerra Fría ya hubo tensiones y militarización, pero en esta nueva etapa de recalentamiento de los conflictos, las bases militares y los ejercicios se renuevan e incrementan.
De los 5 países ribereños –los que pueden reclamar territorio en el Ártico- (Rusia, Canadá, Dinamarca a través de Groenlandia e Islas Feroe, Noruega y EEUU), qué aún permanece bajo la égida de la ONU-, Moscú lleva la delantera.
Ya en el año 2001 había presentado oficialmente su primer reclamo de Soberanía–el cual le fue rechazado-, y en 2007 fue el primer país en plantar bandera en el lecho marino a 4.000m de profundidad, en el Polo Norte exacto (hasta allí llega su reclamación territorial). Canadá, Dinamarca y Noruega también hicieron las suyas. No así EEUU, que aún no ratificó la Convención de Derecho del Mar de 1982.
El Kremlin dispone de la mayor flota de rompehielos del mundo (más de 40, algunos de ellos nucleares), y tiene otros en construcción. Canadá tiene alrededor de una docena y busca hacer crecer su flota, y Noruega otros tantos. EEUU, apenas 2. Pero no sólo el quinteto ribereño o los demás miembros del Consejo del Ártico (Suecia, Islandia y Finlandia) tienen interés. El Consejo tiene varios observadores, entre ellos China, Gran Bretaña, Francia, India, Japón, etc. El más activo es el gigante asiático, que ya lanzó a las aguas su primer rompehielos de construcción nacional, el Xue Long 2.
En plena guerra comercial con EEUU, Beijing definió al Ártico como una prioridad. Presentó su libro blanco del Ártico, diseñó la Ruta de la Seda Polar y realizó varias misiones al Océano Glacial. Además, avanza en acuerdos de infraestructura y comercio con Groenlandia, Noruega y Finlandia. De más está decir de la importancia de la Asociación Estratégica con Rusia en la región. La ruta entre Shanghái y Europa es un 25% más corta por las aguas del Norte, un ahorro de entre 10 y 15 días en comparación con el canal de Suez, por ende también de combustible, recursos humanos y además evita los peligros de la piratería.
En principio, no se espera que las disputas limítrofes deriven en una confrontación militar. Moscú y Oslo llegaron a un acuerdo limítrofe en 2010, y si bien pueden generarse nuevas tensiones entre las potencias, se calcula podrán resolverse de manera pacífica. Eso no evita, claro, que se incremente la militarización, algo que ya viene ocurriendo. El punto de mayor discordia es la cordillera Lomonósov, aún sumergida, pero que Rusia, Canadá y Dinamarca consideran extensión de su plataforma continental. Se espera que los diversos instrumentos al alcance, como el Consejo del Ártico y la Convención de Derecho del Mar, y la búsqueda de un equilibrado reparto de las áreas de explotación de recursos y pasos marítimos, eviten una guerra en el futuro.
En concreto, mientras el mundo (salvo excepciones) se compromete mediante el Acuerdo de Paris para “luchar contra el Cambio Climático”, las potencias desarrollan una estrategia realista sobre un Ártico que de aquí a mitad de siglo estará totalmente inserto en el sistema económico y geopolítico global, sus rutas marítimas serán navegables 100% todo el año y proliferará la explotación de los recursos naturales. Los países ribereños, en mayor y menor medida, incrementarán sus capacidades, PBI, territorio habitable, y podrán fortalecer su influencia en los asuntos mundiales. Por ejemplo Groenlandia, que podría pasar a jugar un rol preponderante si es que no queda ahogada -y no precisamente bajo las aguas de deshielo- sino por la creciente disputa en la que queda inmersa entre EEUU, China y Dinamarca, en medio de la búsqueda de su completa independencia de la corona danesa.