Columna de opinión publicada en Diario La Prensa (Argentina, mayo 2018)
Rusia 2018: espejo de la política
Quien todavía piense o crea que el fútbol o cualquier deporte masivo pueda desenvolverse separado de la política, puede darse por equivocado, o por ingenuo. O quizá esté mirando otro partido. Es como pensar que en el deporte no interfieren los intereses económicos. Esto es así aquí y en cualquier parte del mundo. Y claro, un Mundial no es sólo una de las competiciones más importantes del planeta sino que consiste en un hecho social relevante de las Relaciones Internacionales.
En sintonía con los tiempos globales que corren, de los últimos 4 campeonatos, 3 fueron realizados en países del grupo de los BRICS. Primero, 2006 en Alemania (1er potencia europea), pero luego el de 2010 en Sudáfrica, 2014 en Brasil y el actual torneo, que comenzó con una goleada del local, en la Federación de Rusia. No es casualidad que ese trio forme parte del grupo de naciones emergentes que en la última década ha traccionado gran parte del crecimiento de la economía internacional –si bien han tenido recientemente traspiés significativos- y le disputen el poder a Occidente, además claro, y fundamentalmente, China. De más está decir hoy que, si el gigante asiático no fue todavía sede del mundial es porque no lo considera necesario. Paso a paso, recién se está instalando el interés por el fútbol (pero ya es el primer país que tiene un parque de diversiones temático referido a Lionel Messi, inaugurado por el jugador de la selección hace un año).
Lo concreto es que Rusia genera con el Mundial un hecho político de gran significación. Una jugada ganadora por medio del Soft Power (Poder Blando), es decir, esos valores e intereses culturales, políticos, ideológicos que ayudan a un país a ganar influencia, reconocimiento, empatía, atracción y que funciona como herramienta para el logro de otros objetivos. Y Putin lo hace funcionar a toda máquina desde hace años para instalar la imagen de una nación modernizada, fuerte y recuperar posiciones en el tablero global, buscando superar la imagen negativa que había quedado de la vieja URSS en la comunidad internacional.
Occidente tuvo un éxito notable en las últimas décadas para que una imagen oscura de todo lo soviético, lo ruso, anidara en la cabeza de millones en distintas partes del mundo, a través de una gran maquinaria mediática, cinematográfica, diplomática y política –no por casualidad los norteamericanos son los creadores del concepto soft power-.
Sin embargo, desde principios de los 2000, luego de unos años de tranquilidad para el establishment del “Oeste”, en paralelo con la recuperación de Rusia, la rusofobia volvió con fuerza y los operadores occidentales la explotan a todo trapo. Con respecto al Mundial de fútbol, no parece casualidad –sin ánimo de apoyar teorías conspirativas- que luego de que los rusos ganaran la candidatura por ser sede allá por el 2010 (superando entre otros a Gran Bretaña), la justicia de EEUU haya avanzado fuerte contra casos de corrupción dentro de la FIFA que terminaron con la salida de Blatter y otros dirigentes, que eran duramente cuestionados desde hacía varios años y nada pasaba.
Pero más allá de eso, esa rusofobia occidental tiene décadas y guarda fuertes intereses y temores geopolíticos. Y ese miedo se profundizó desde que Rusia se encaminó a una marcada recuperación económica y política luego del desastre de los años ´90, cuando al aplicar los consejos de Washington con Boris Yeltsin a la cabeza perdió parte significativa su PBI, se elevó notablemente la pobreza, el desempleo y los lazos sociales quedaron destruidos, dejando un tendal de depresión y alcoholismo. Partiendo desde una posición debilitada y acorralada por la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), la potencia que supo disputar seriamente la primacía en los asuntos mundiales al imperio norteamericano en parte del siglo XX, fue acrecentando su poderío regional y global recuperando el status de potencia, con una política exterior dialoguista mientras se pudo, reactiva cuando percibió amenazas, y agresiva cuando lo consideró necesario.
Desde que EEUU rompió la promesa hecha a Gorbachov de no expandir la OTAN hacia el Este, la Organización militar acorraló a la Federación de Rusia en su propia frontera. Hasta fines de los ´90, los miembros eran 16, desde ahí hasta hoy son más de 29, entre ellos los bálticos en las puertas de territorio ruso (Lituania, Letonia y Estonia). Por allí está Kaliningrado, ciudad separada geográficamente de Rusia (entre Lituania y Polonia), que pertenece al país sede del mundial, se encuentra fuertemente militarizada -con acceso directo al Mar Báltico-, y se jugarán algunos partidos en un estadio para 35 mil espectadores. Mientras tanto, Colombia se une como socio global, status menor al de socio pleno pero asociado en fin. La Guerra Fría ha vuelto señoras y señores, y se libra en todo el planeta mientras la pelota sigue rodando.
Es por ello que hubo intentos, aunque fallidos, de boicotear la Competición por parte de algunos países occidentales. Gran Bretaña había amenazado con retirar a su selección por el caso del supuesto envenenamiento de un ex agente ruso y su hija, Serguei y Yulia Skripal. Conflictos en Ucrania y por Crimea, Siria, ex espías, acusaciones de injerencia en elecciones de USA y en la Unión Europea, en Cataluña, sanciones, cierre de consulados, etc. Diversas acusaciones y acciones con gran difusión mediática internacional escenifican parte de esta nueva etapa de la Guerra Fría.
Rusia desvela a Occidente, es una obsesión histórica, y un enemigo necesario -entre otros-. El interés por contenerlo es clave para la Seguridad Nacional de EEUU, junto con el otro gigante - más fuerte aún- China. Esto lo detalla por escrito la última Doctrina de Seguridad presentada por Washington. Pero Donald Trump, aunque muchos lo consideren un loco irracional, y él a veces alimente esa imagen, parece en principio haber hecho una mejor lectura que muchos republicanos. El magnate busca de algún modo calmar la tensión con Putin, que se ha elevado demasiado. Ese intento, como se ve, muchos no se lo perdonan y grandes cadenas mediáticas internacionales lo demonizan día tras día. Además claro, de su propia imprevisibilidad. No olvidemos que un Presidente norteamericano no es ni ha sido casi nunca autónomo en varias de sus decisiones.
Putin, por su parte, arrancó la carrera de atrás pero alcanzó un lugar en el podio rápidamente. Al iniciar la recuperación económica y social gracias al boom exportador en la década pasada, sobre todo de petróleo y gas, tomó la iniciativa en la región y consolidó su posición. En el Cáucaso, y también con algunos socios como Kazajistán, Ucrania en un primer momento y otros, al mismo tiempo que echó lazos en distintas partes del mundo, con gobiernos de distinto signo político desde una clara visión realista.
Ello generó espanto en Washington, se encendieron todas las alarmas y la Guerra Fría recuperaba su vitalidad histórica. La contención de la expansión rusa fue el objetivo principal, y todo valió y vale para lograrlo. Golpe de Estado en Ucrania o Euromaidán (según de donde se lo mire), un conflicto sin terminar que contrapone los intereses de EEUU, UE por un lado y Rusia por el otro con sanciones de por medio por la anexión de Crimea; la guerra en Siria (donde juegan varios intereses pero el ruso es fundamental), ambos conflictos poniendo en peligro la posición del Kremlin en el Mediterráneo y en el Mar Negro. Previo a ello, en el 2008, se produjo la guerra de Osetia del Sur, que terminó con la independencia de Abjasia y de la misma Osetia (no reconocidas por Occidente y aliados y sí por Rusia, Venezuela y otros). Hasta allí llegan los intereses norteamericanos por contener a Putin.
Pero en el desarrollo de esta New Cold War (Nueva Guerra Fría), el crecimiento de la influencia rusa en la región y en el mundo no ha podido ser detenida (inclusive ser sede del Mundial), y aunque EEUU se ha encargado de difundir la idea de que Moscú amenaza a todo el planeta, lo cierto es que lo que principalmente pone en peligro es el predominio global de Washington, que de por sí ya está en retroceso, por las circunstancias y también por decisión de Trump. “Eso sí, América Latina es nuestro patio trasero”, parafraseando la posición de Washington. Bueno, creo que tampoco lo será por mucho tiempo más.
En medio de esta nueva Guerra Fría, con claras diferencias a la entablada en el siglo XX, es que se desarrolla este nuevo Mundial de fútbol, con una Rusia que pone en funcionamiento su maquinaria mediática, intensificándola sobre todo en el mes de su duración, para cambiar la percepción de la comunidad internacional que han instalado y alimentan los anglosajones y aliados sobre el país. Pero aquí es donde Trump parece jugar un rol diferente, y por momentos funciona a modo de punto de quiebre en el statu quo dentro del Sistema global. El acercamiento a Corea del Norte y la intención de bajar la tensión con Putin son dos claros ejemplos, luego de, claro está, mucho ruido y amenazas. Pero los hechos terminan hablando más que las propias palabras.
Mientras renegaba del G7 en Toronto, se peleaba con sus socios y pedía la reincorporación de los rusos a esas Cumbres, el líder norteamericano parecía mirar celoso de lejos como la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) se fortalece, con Rusia, China, India, Pakistán, Irán (este último observador), y otros miembros reunidos en simultáneo a su encuentro con Merkel, Trudeau, Macron y compañía. El mundo está cambiando rápidamente y es importante comprenderlo. El magnate se hace el loco, pero se hace más de lo que es, y por momentos parece hacer la lectura correcta: EEUU seguirá siendo una superpotencia, pero no la única. Trump se portó como un adolescente caprichoso en el G7, pero como un lord inglés al reunirse con Kim Jong-un, un joven de 35 años que podría ser su hijo o nieto. Pero hablamos aquí, claro, de una especie de hermano menor de China y con armas nucleares, no lo olvidemos.
Mientras tanto, Putin tiene su oportunidad, atrae la mirada del planeta y la aprovecha. Joseph Blatter dijo hace no mucho, “deberíamos haberle dado el mundial de 2022 a EEUU y no a Qatar”, creyendo que así se hubiera evitado salieran a la luz los escándalos de corrupción de la FIFA. Crudo pero real y posiblemente estaba en lo cierto.
Para los todavía escépticos de la fusión entre fútbol y política, les cuento que Trump obtuvo su consuelo y un día antes del comienzo de Rusia 2018 se confirmó la sede del mundial 2026, ¿dónde? En Estados Unidos, junto con Canadá y México. Por ahora, todos contentos.
Mientras tanto, en el llamado país “de la libertad”, prohibieron la venta online de una nueva línea de ropa deportiva que Adidas lanzó con las siglas de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), decisión empresaria con curiosa melancolía. Algunos hechos de la realidad parecen a veces tomadas de un capítulo de los Simpson. Ojo, de la época de Matt Groening, que como buen estudiante de Filosofía comprendió que esa es la madre de todas las Ciencias y que ayuda realmente a comprender el loco, contradictorio y maravilloso mundo en el que vivimos.